«Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido», inició el Papa su mensaje desde el atrio de la Basílica de San Pedro, de frente a una plaza usualmente colmada de decenas de miles de fieles y ayer vacía por las medidas de seguridad adoptadas por el Vaticano debido a la pandemia.

Durante el inédito rezo en una Roma lluviosa, el Papa estuvo flanqueado por los dos símbolos frente a los que había orado el domingo 15 de marzo en su única salida del Vaticano desde la difusión de la pandemia: el crucifijo milagroso expuesto en la iglesia de San Marcelo en Via del Corso, que según la tradición católica salvó a la capital italiana de la peste de 1522, y al que Francisco besó en los pies tras su homilía; y la Virgen Salus Populi Romani, emplazada usualmente en la Basílica romana de Santa María la Mayor, a la que el Papa encomienda y luego agradece cada uno de sus viajes fuera de Italia.

 

«Nos encontramos asustados y perdidos», enfatizó el Papa, quien comparó la situación con un pasaje de los Evangelios: «Nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente».

«En esta barca, estamos todos», resaltó el Papa, quien agregó: «No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos».

«La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto las falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades», sentenció Bergoglio.

«La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad«, lamentó el Papa, que además concedió la indulgencia plenaria a los millones de fieles que siguieron la transmisión en todo el planeta.

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Con tono crítico, aseveró durante su mensaje que «con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos».

«Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa», criticó Francisco en la homilía, tras la que impartió la bendición Urbi et Orbi, reservada usualmente para Navidad, Año Nuevo y Pascuas, a las casi un millón de personas que siguieron el rezo online.

«No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo», detalló en esa dirección.

Finalmente, destacó a «médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo».

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