¡Que susto el de anoche!

POR MARTÍN MASSITTI / EL VIAJERO DEL OJOWEB /  A eso de las 3 de la mañana me despierta, de mi pesado sueño, un golpe fuerte en la ventana donde duermo. Asustado pregunté quien era y me respondieron que saliera del auto.

Comencé a vestirme luego de ver que había luces azules como sirenas que encandilaban afuera. Abrí mi puerta y me recibieron dos oficiales de policía preguntando que hacía en el lugar y si estaba al tanto de los horarios de restricción de circulación.

 

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Explicarles mi situación duro poco menos de dos minutos a lo que ellos se disculparon por molestarme. Con el corazón en mi garganta por el abrupto despertar intenté seguir conciliar el sueño.

 

 

Desperté no muy tarde por la mañana y fui directo a una panadería camino al campo de flores Botón de Oro donde iba a pasar mi día. Llegando al lugar, observé que no había ningún río cerca para extraer agua y limpiar mi casita. Por lo que cambie de destino.

Llegué al camping municipal donde, en poco menos de una hora, le di una lavada de cara al auto para seguir camino hacia el Parque Nacional Tierra del fuego, en busca de árboles para colgar mi oruga.

 

 

Ubiqué mi auto a centímetros de Laguna Verde. Luego de unos mates y unos pancitos saborizados, me instalé con vista al Cerro Cóndor con la intención de dormir la siesta, pero esto resultó imposible.

No pude hacerlo debido a las ráfagas de viento que sacudían los árboles y movían mi hamaca. Descubrí mi cara, ya que la tenía tapada para poder dormir.

Opté por continuar con la lectura de un libro. Al cabo de unos minutos leyendo, mis manos ya no podían soportar estar a la intemperie del frío que hacía, por lo que terminé el capítulo y continué en mi auto.

 

 

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Cuesta adaptarse a estar solo nuevamente. Cuando lo estaba y comencé a relacionarme con los fotógrafos de esta ciudad, me tomó muy pocos minutos retornar a la sociedad. Y ahora, que me encuentro en el Parque Nacional absolutamente solo, el sentimiento de soledad me tomó por sorpresa, pero recordé lo bien que se sentía esta sensación.

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Me relajé al instante. Corté con la lectura y después de media hora de acomodar arduamente mi auto, ya que hacía ya varios días que no lo ordenaba, me di cuenta de que lo que me estaba irritando estos días y quitaban mis ganas de estar en mi casita, era el hecho de no tener las cosas en su debido lugar.

Fue un verdadero placer dejar todo donde debía ir. Di un paseo por la costanera de la ciudad y luego de hacer las compras, me establecí nuevamente en la estación de servicio del indio para editar fotos y descansar para la caminata del día siguiente.